En ocasiones las palabras se quedan cortas, se repiten hasta la saciedad en un último esfuerzo por querer transmitir un sentimiento, una vivencia, un estado de ánimo.
Nosotros queremos contaros una vez más, nuestra experiencia vivida éste último año en Panamá.
Ya conocemos un poquito más este país, a sus gentes y sus ganas de progresar y trabajar.
Generalmente, se tiende a meterlos a todos en el mismo saco; «países del tercer mundo», y nos quedamos tan a gusto.
No sería adecuado poner el mismo rostro a todos los pobres, a todos los desheredados; cada uno de ellos tiene unas facciones distintas, unos ojos que miran y un único corazón que late.
Si algo vamos descubriendo a lo largo de estos viajes, es que lo importante no es generalizar, sino el individuo en sí: la sonrisa de Cristian, el beso de Luis, que sólo tiene tres años, el hablar tranquilo y pausado de Tomás, mientras nos explica los progresos de su comunidad, las manos ásperas y duras, de tanto subir a trampear a los árboles en busca del pifa, del señor Jose, la voz quebrada, a punto de llorar, del señor Manuel, al darnos las gracias después de la presentación, etc. Todo, absolutamente todo, queda grabado en nuestra mente y en nuestro corazón; cada momento, es una dosis de energía positiva.
Doce actuaciones en veintidós días, niños, niñas de todas las edades, hombres y mujeres de todas las razas: indígenas Emberas, Chocoes, Wounan, Noves, Kunas, Criollos, Afro antillanos, gentes del campo, de la montaña y de los cinturones de la ciudad, todos ellos con un único objetivo: pasar un rato agradable y divertido, donde la participación del público es tan importante en un espectáculo que está concebido para ser representado en cualquier lugar, la mayor parte de las veces en la misma calle: ¡ objetivo cumplido!.
En la costa del Darién, concretamente en Jaqué, recorrimos río arriba, las comunidades hasta llegar al último poblado «Mamei», donde se encuentra la frontera con Colombia, (4 horas en cayuco a motor); los indígenas no son tan privilegiados y deben remar con el cayuco lleno durante todo el día para hacer un sólo viaje.
El año pasado ya tuvimos ocasión de conocer estos poblados, y el recibimiento que tuvimos este año, no se puede explicar con palabras. Los niños y mayores, agolpados a la orilla del río, a nuestra llegada, coreaban nuestros nombres de payasos. ¡No podíamos creerlo!, ¡se acordaban de todo!; nosotros, como bajando de una nube nos acercábamos a saludarlos y nos acomodábamos en la casa que nos habían preparado para dormir. Hay momentos en los que nos damos realmente cuenta, sin querer ser pretenciosos, de la importancia de nuestro trabajo.
En ocasiones vemos tanta miseria y necesidades, que sentimos que es muy poco lo que podemos hacer, pero momentos como éstos, donde vemos que todo lo vivido durante unas horas, hace un año, ha quedado grabado en sus mentes con todo tipo de detalles, refuerza más, nuestros lazos de hermandad y en cierto modo, confirma que lo que ocurrió una vez, no fue algo pasajero.
Nuestro trabajo ha dejado su semilla.
A unos 40 Km. de la ciudad de Panamá, se encuentra «La ciudad del niño», dirigida por un español, concretamente burgalés. Hay unos 150 niños de 8 a 18 años, todos ellos con problemas, sobre todo de maltratos y abuso de todo tipo. La actuación, aunque con poca luz eléctrica, estuvo llena de risas y participación. Después de charlar un rato con ellos y contestar a todas sus preguntas, nos obsequiaron con unos dulces que ellos mismos hacían.
En la zona
de Colón, (Iacal), después de un camino tortuoso lleno de barro y a punto de quedar atrapados en él, llegamos con dos horas de retraso a «Quebrada
León», donde todos los niños y mayores estaban sentaditos esperando a los payasos, (no sabían que podía ser eso de «payasos»). No eran muchos en la comunidad, quizá 134 personas, pero eso no es un problema para lo que nosotros pretendemos: «ni un niño sin sonrisa».
Queremos agradecer a LA JUNTA DE CASTILLA Y LEÓN, que una vez más, nos ha apoyado para la realización de este proyecto. Quede desde aquí nuestra más sincera gratitud.